El revuelo fue ayer mayúsculo a cuenta del hijo de Carolina
Bescansa, diputada de Podemos. Todas las emisoras de radio, (supongo que
también las televisiones), se hicieron eco de la toma de posesión de la madre y
del nene, a quien algún cachondo ha votado para presidente de la cámara, porque
Bescansa llevó ayer a su hijo Diego al Congreso de los Diputados. Si lo que
pretendía la madre era acaparar las portadas de la mayoría de los medios de
comunicación, está claro que lo consiguió.
Las opiniones sobre el asunto han sido encontradas. Había
quienes pensaban que era una forma de reivindicar la conciliación laboral y
familiar (¿de las mujeres?) y otros, entre los que me encuentro, que creíamos
que todo ha sido un montaje porque la diputada lleva permanentemente con ella
una niñera y porque no ha querido hacer uso de la guardería que existe en el
Congreso para forzar la situación. A esto hemos de añadir que el programa
electoral de Podemos, que me leí íntegramente en su momento, en su punto 194
pasa casi de puntillas y con cierta ambigüedad por el tema de la conciliación
de la vida laboral con la familiar.
Yo soy un experto en el tema porque he criado a mi hijo y a
mi hija, con mis propios pechos, en un pueblo en el que no teníamos una familia
con la que dejarlos y jamás me los he llevado al trabajo. Mi mujer tampoco lo
ha hecho, primero porque el privilegio que hoy tiene Bescansa, que ya ha
entrado a engrosar las filas de la casta, no lo tenemos ninguno de los dos y en
segundo lugar porque nuestros jefes no nos lo hubiesen permitido. Mi mujer y yo
nos tomamos nuestros respectivos trabajos muy en serio y con un niño pequeño en
los brazos, difícilmente hubiésemos podido cumplir con nuestras respectivas
obligaciones laborales. Claro que no es lo mismo dedicarse a pulsar un botón y
verlas venir, que enseñar a leer a unos pequeños o trasladar a una persona
moribunda en ambulancia. Con todo, a sus años, a mi mujer no le va a quedar
otra, el próximo verano, que llevarse a mi hijo, a diario, al trabajo. Cosas de
la vida.
Algo que me ha molestado sobremanera es el hecho de que
parezca que son las mujeres las que tienen que conciliar trabajo y familia. Yo
siempre he reivindicado mi papel de padre militante, una militancia que ha sido
muy activa como consecuencia del trabajo de mi mujer, que se iba de guardia
durante dos o tres días seguidos, quedándome yo con mis niños, mis biberones,
mis pañales, sus mocos, sus toses, sus fiebres y sus vómitos (también con sus
risas y sus abrazos). De ahí que siempre me guste presumir, como antes decía,
de haberlos criado con mis propios pechos.
Lo del nene de Bescansa, mejor lo de Bescansa (que le nene
no tiene culpa de tener una madre así), ha sido un brindis al Sol, algo de cara
a la galería y un esperpento típico de la España cañí en la que vivimos. En
lugar de reivindicar, en lugar de hacer gestos vacuos, lo que tienen que hacer
los políticos es aprobar leyes que propicien que esa conciliación se haga real.
Lo del niño parlamentario y lo de las extravagantes fórmulas
para jurar o prometer el cargo han sido unos numeritos más, de los muchos que
tendremos que tragarnos tras la irrupción en el Congreso de esta gente que cree
más en los gestos, en las pancartas, en las manifestaciones y en los puños en
alto, que en el ponerse a trabajar para aprobar leyes que beneficien a los
ciudadanos.
Me temo que esto se va a convertir en un circo, plagado de
desacatos, de extravagancias, de crispación, de desaires y de mala educación.
De alguna forma tienen que demostrar que ellos no son casta.
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